Cuando nos queda una marca de un dolor del pasado, es que lo tenemos presente en el momento actual. Lo revivimos para defendernos de él o sufrimos con su recuerdo y con el miedo a que se repita. Cualquier actitud que lo reviva en nuestra mente le está dando realidad al miedo y al sufrimiento. Podemos pensar que es una herida ya cicatrizada o una herida abierta. En cualquier caso, es una herida y nosotros somos vulnerables a aquello que nos la causó.
Si tenemos en cuenta que ante cualquier situación nuestra mente percibe aquello que quiere percibir, entonces debemos plantearnos qué era lo que queríamos percibir en nuestro pasado que dió realidad al dolor. Abandono, rechazo, o cualquier otra expresión de miedo. Estaba en nuestra mente antes de estar en nuestra experiencia. Por eso en una misma situación personas distintas viven emociones diferentes. La diferencia está en lo que quieren percibir.
Así pues, si analizamos qué quisimos percibir que nos hizo daño y nos damos cuenta de que fué decisión nuestra, podemos cambiar el pensamiento que nos llevó a sentir el dolor, y por lo tanto deshacer la cicatriz hasta dejar la piel sana y completa.
Las cicatrices nos sirven para ver nuestros pensamientos erróneos, nuestra propia idea de vulnerabilidad, escasez y miedo, nuestra carencia de amor que hemos fabricado nosotros mismos en nuestra mente. Y tras haberlos visto, podemos deshacerlos y dejar de darles realidad. Así, si se presenta otra situación susceptible de ser interpretada del mismo modo, nuestra mente estará receptiva a nuevas formas de verlo, y no sentiremos dolor. Son maestras a traves de las cuales deshacer el miedo. Pero afortunadamente no son necesarias. Surgen de nuestra resistencia a aprender, a cambiar nuestra mente y abrirla a nuevos pensamientos de amor hacia nosotros mismos, y por extensión hacia los demás.
lunes, 2 de marzo de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario